Camilo Torres Restrepo

Entre 1993 y 1997 fui estudiante de la Universidad de Antioquia, llegué a este espacio luego de varios íres y veníres y en particular lleno de ideas solidarias y románticas, de compromiso y construcción de futuro. Este espacio y estos años fueron valiosos, integradores, dialogantes. Una biblioteca en la que pasé horas yendo de estantes en estantes, de libros a libros. Una cantidad de cineclubes que proyectaban cada dos horas y desde las 10 am hasta las 6 pm. Una cantidad de personas con las que compartí y no me acuerdo de sus nombres ni de sus rostros ni de sus palabras, pero sé que se quedaron un poco en mi. Varios ya no están, se los llevó la violencia, las balas asesinas, el olvido.

Con unos amigos habíamos constituido un grupo de estudio, leíamos, discutíamos y escribíamos comunicados públicos que luego repartíamos alegre y sonrientemente debajo de una capucha. No eran tiempos de dar la cara, sabíamos lo que costaba ser visibles. Nosotros sin embargo lo éramos, participábamos activamente en el movimiento estudiantil de aquella época que empezó luchando contra la implementación de la Ley 30 que privatizaba la educación pública y que luego, paro tras paro, asamblea tras asamblea intentó frenar el neoliberalismo en la educación universitaria, que implicaba el aumento de costos para el ingreso en la universidad por un lado y la transformación de una educación para pensar a una educación para trabajar, es decir una educación funcionalista.

Una tarde, en ese grupo de trabajo, conversando, riendo, leyendo, surgió la idea de ponerle el nombre al teatro Camilo Torres, este teatro era el lugar donde ocurrían las asambleas estudiantiles y lugar donde se veía arte, alguna vez vi Sueños, la película de Kurosawa, esa escena, verme en ese inmenso teatro en el que caben mil doscientas personas, era ya posiblemente una escena de esa película. En esos días se decía Teatro Camilo Torres, pero no era claro, como hoy ya si lo es oficialmente, si se refería al prócer o al cura sociólogo, hoy está claro que su nombre es Camilo Torres Restrepo.

La idea de ponerle, escribirle con pintura, en lo alto, arriba de las puertas principales de acceso y de cara a la plazoleta central de la universidad, pintar con letras negras en el rojo ladrillo, escribir «TEATRO POPULAR CAMILO TORRES RESTREPO». Esta idea tomo forma y una mañana luego de ubicar el andamio, comprar la pintura y las brochas, ponernos una capucha en la cabeza, tomamos acción, corrimos andamio, medimos alturas, tamaños de las letras, boceteamos, hundimos las brochas en la negra pintura e impregnamos nuestras ideas en aquel muro.

La gente pasaba y miraba extrañada, nosotros mirábamos la pared y la espalda, sabíamos que podían pasar cosas no agradables para nosotros, la universidad era un espacio más o menos seguro, pero también habían enemigos, infiltrados, odiadores profesionales. Álvaro Uribe era gobernador de Antioquia y las convivir eran legales en calles, barrios, pueblos y veredas. Ese día, luego de horas y horas de pintura, el teatro quedó nombrado, titulado.

No duraron mucho esas letras, siempre hay ideas contrarias, plata y pintura suficiente para borrar, desaparecer, invisibilizar la diferencia. No defendimos esas letras, no valía la pena, se había dicho. Años después, en 1998 me gradué en este teatro, baje las gradas, recibí un diploma, salí de esa universidad y desde entonces no he vuelto. Cuando voy a Medellín paso por sus alrededores, pero sé que es ya otor espacio a ese que conocí en los noventa.

Esta semana se proyectará en el Teatro Camilo Torres Restrepo la película de Marta Rodríguez «Camilo Torres. El amor eficaz» y me hizo recordar este momento y quisiera estar allí, ver esta película en este teatro, en la Universidad de Antioquia y volver a este momento de mi vida donde Camilo tuvo que ver, el momento donde leí algunos de sus textos y terminé de entender que era posible, deseable, necesario transformar la realidad que vivimos.

Nunca en mi paso por la universidad nos vinculamos con algún combo, nunca la violencia fue medio para nosotros, nuestro camino nunca nos llevó a estas urgencias excitadas y explosivas, aunque siempre nos invitaban siempre dijimos no. Preferíamos pasar navidades con comunidades empobrecidas o noches con niños de la calle, pero siempre Camilo nos acompañó y nos guio, nos puso a pensar y a actuar.