Omaira

Omaira, una profesora que conocí hace algunos años en Caquiona, resguardo indígena en el macizo colombiano, en el municipio de Almaguer. Ella no sabía quien era yo, que llegaba a su casa gracias a la invitación de Beatriz mi compañera. Llegamos además con mi hija y mi suegra, también maciceña de los lados de Sotará. Además yo traía cámara en mano. Ella, Omaira, siempre sonriente nos permitió su casa, de puertas abiertas para visitantes, allí estuvimos en las festividades de Mama Concia, la virgen remanecida que es centro de un ritual popular en medio de flautas, tambores y velas.

Omaira nunca estaba en casa, siempre obrando para que las cosas ocurrieran, abriendo puertas, gestando encuentros, posibilitando la palabra y el acuerdo. Pero siempre ordenada, poniendo límites, llamando la atención, se sabía anfitriona pero también dueña de casa. Sabe que para que fluyan las cosas hay que procurarlas, pero de forma ordenada y juiciosa.

Omaira se ha preocupado por aprender e investigar su ser indígena, su origen, ha hecho esfuerzos para aprender la lengua que en su territorio está perdida, y para ello ha generado intercambios y transitado por otros pueblos que aún la conservan, siempre con su mirada atenta y sus dedos envueltos en hilo de lana de oveja, porque Omaira nunca deja de tejer, siempre lleva con ella un gran ovillo de lana y varios de los productos que tejen mujeres del territorio y que ella además ayuda en los procesos de comercialización, de circulación mejor.

Cada vez que nos vemos, después de meses o años, siempre recibo de ella su abrazo y su sonrisa y siempre pregunta por mi familia por sus nombres, no sé como hace para recordarnos a todos, pues sé que por su casa pasaron muchas personas, ella es un referente obligado si se va a hablar de la cultura en Caquiona.

Hoy ya no vive allá, violentamente fue desplazada de este territorio y salvar la vida es más importante. Hoy ya no está en Almaguer, pero el macizo sigue estando cerca, ha llegado a nuevas tierras y allí como buena semilla ha echado raíces, a conectado con gestores y cultores, le hace falta su tierra pero sabe que lo importante está más allá. Ha sido capaz de sobreponerse después de muchas lágrimas, ahora su vida retoña y su sonrisa se entrega a quien la ve y y escucha su palabra pausada y profunda, en donde hila su pensar y su actuar entretejiendo mochilas de profunda sabiduría.