Sembrar la tierra
Después de más de treinta años de la imposición de la doctrina económica neoliberal, esa que inauguró el gobierno de Cesar Gaviria en la que se decía que lo privado siempre es mejor, que hay que abrir las fronteras al capital y los productos extranjeros, que había que tener un Estado pequeño que no metiera sus narices en la economía, hoy vemos como el aparato productivo nacional está en ruinas.
La familia de mi padre y de mi madre llegaron a Medellín a mediados del siglo pasado, atraídos por el trabajo y por algún tiempo todas y todos eran trabajadores de la naciente industria paisa, que producía telas, comida, zapatos y otros productos necesarios para la vida cotidiana. Hoy en esta ciudad estas industrias no existen, son sombra, recuerdo, pasado y la informalidad o la autoexplotación están a la orden del día. La ciudad vive de la explotación del propio cuerpo, yo soy mi jefe y mi cuerpo mi herramienta.
Y en general en los últimos años no ha propiciado el crecimiento industrial transformador de materias primas y en la ruralidad, la producción de comida es cada vez menor y desindustrializada, hay pocos procesos de transformación de alimentos y los grandes empresarios tienen la mentalidad de producción para la exportación.
Hoy, el nuevo gobierno debe empezar por acá, por impulsar el uso de la tierra para la producción, teniendo en cuenta que no es el único uso que tiene la tierra. Hoy hay que propiciar que el campesino tenga acceso a la tierra, a las semillas, al acompañamiento técnico y a las máquinas necesarias para hacer productiva la tierra, teniendo en cuenta valores de impacto ambiental, es decir, posibilitando los cultivos ecológicos, que cuiden el agua y que no envenenen la tierra. Además se debe propiciar la inversión en infraestructura para la transformación de las materias primas.
Sembrar la tierra posibilitará tener en el mercado más comida, bajando así la presión inflacionaria, nos hará una nación con autonomía alimentaria, pero además mejorará la calidad de vida en el campo, haciendo que la presión social en las ciudades disminuya, incluso haciendo que las economías ligadas a los cultivos de uso ilícito pierdan fuerza en los imaginarios del mundo rural y con ello la violencia que estas economías generan. Al campesinado no le interesan los cultivos de uso ilícito, en general participan de ellos por la rentabilidad económica, pero son conscientes de las dificultades que conlleva en la vida cotidiana de ellos y sus familias.
Y acá es importante hacer énfasis en la maquinización de los cultivos, el campesinado de hoy no puede ser visto como el campesinado del siglo dieciocho, que dependía de su propia fuerza. Es necesario que las maquinas faciliten el trabajo en el campo. Hoy en Colombia las máquinas están ausentes del trabajo rural de la tierra.
Es entonces el reto más importante y prioritario del nuevo gobierno, sembrar la tierra, hacerla que renazca, cuidándola, trayendo paz a ella y posibilitando que sus habitantes campesinos vivan mejor en ella, es decir acompañando el proceso de presencia estatal a otros niveles como educación, salud, infraestructura vial y agua potable. Si el campesinado puede vivir bien de su trabajo, nos irá bien como nación.
Este reto traerá consigo la pregunta y la solución sobre la tenencia de la tierra rural productiva, asunto tabú y peligroso, pues los terratenientes poseen mentalidad feudal y violenta y han defendido legal e ilegalmente esta concentración de la tierra. En el norte del país y ahora en buena parte de la Orinoquía y la Amazonía se sustenta a partir del ganado, una vaca por hectárea les es suficiente para hacer pasar la tierra como productiva; en el valle del Río Cauca, la región con la tierra más fértil de Colombia se sostiene dicha tenencia a través del cultivo de la caña de azúcar. Cultivada casi artesanalmente, a fuerza de corteros de caña que trabajan a destajo pagados a razón de tonelada cortada. Un cultivo que además genera un impacto ambiental alto al ser un monocultivo impacta directamente en los ecosistemas y la diversidad en flora y fauna se reduce enormemente y además la producción de azúcar, panela y alcohol carburante impacta fuertemente cuando la caña es quemada antes del corte, produciendo calentamiento global, contaminación del aire, destrucción de fuentes hídricas y muerte de animales silvestres.
En Colombia la relación entre los que tienen la tierra y los que la necesitan ha sido violenta, el despojo, el desplazamiento, el terror ha sido el vehículo para obtenerla y mantenerla, también el arrasamiento de la naturaleza, el abrir monte, acabar con todo para poseer la tierra. Hoy debemos cambiar nuestra relación con la tierra, quererla como la madre, cuidarla como la que nos provee sustento, respetarla pues es la que nos posibilita el futuro como especie humana.