Enero

Enero

Es enero y llueve.

Cuando era niño y joven enero era el mejor mes del año, más que diciembre o junio. Enero era soleado y despreocupado, no había tareas por hacer, eran vacaciones, no habían novenas de navidad o fiestas o reuniones familiares interminables. Había sol, viento y amigos.

En el barrio todos estábamos en la calle, hacíamos cometas que íbamos a volar al morro, lejos de casa pero cerca del territorio nuestro. Tardes enteras de sol, que calentaba pero no nos quemaba, viento suave o a ráfagas hacía que nuestra cometas llegaran lejos, o se enredaran con otras y cayeran. Las hacíamos gracias a las tapas de las cajas de tomate, guadua en pedazos suficientes para hacer pequeñas cometas con colas coloridas. En la casa había tienda y era el lugar donde mis amigos llegaban a buscar este material. Yo nunca tuve la mejor cometa, no era el mejor volándolas, pero me divertía viéndolas volar y yendo por ellas cuando caían. Era de los mayores de entre los amigos, aunque no el más grande o el más fuerte o el más hábil o rápido. No me hizo falta, tenía buenos amigos. Aún los tengo, pero no son los mismos de esa época.

Jugábamos fútbol en la calle, y otros juegos tardes y noches enteras, yo siempre fue de los últimos en entrar y si bien a mi padre nunca le gustó mi callejiadera, a pesar de su castigo, nunca logró acabar mi gusto por el afuera. Aprendí a olvidar su represión.

Enero también me recuerda otros momentos, cuando en familia nos íbamos de pesquería a orillas del río San Jorge, en Córdoba, Montelíbano, en un pequeño caserío llamado Tornorojo. Eran un par de semanas de enero, por cuatro o cinco años seguidos. Vivíamos vida de costeño, dormíamos en hamaca, comíamos lo que pescábamos, nadábamos en el río y sufríamos con los zancudos a las seis de la tarde. Doradas, barbudos y en el mejor de los casos bagres era lo que caían en nuestros pequeños anzuelos. Al final de estos quince día volvíamos a la ciudad con pescado suficiente para repartir a amigos y familiares. Eran dos semanas de andar descalzo, bañarse en el río, dormir temprano, jugar mucho, nadar y nadar, pescar, comer mango y jugos de naranja, grey y limón, disfrutar de la sonrisa de los pescadores de atarraya y chinchorro de la región. Sol, mucho sol, radiante, caliente, quemante. Quedaba achicharronado al final de estos días y el río era agua refrescante.

Tornorojo hoy no existe, sus habitantes fueron desplazados a finales de los ochenta, a punta de metralleta les quemaron sus ranchos de paja, para los ganaderos y los mineros de la región decidieron ejercer un control total en este territorio.

Enero hoy y desde hace años es un mes lluvioso, complejo, sin muchos ingresos, con más preocupaciones, con mucha incertidumbre. Hoy añoro ese enero de agua y de viento, de cometas y anzuelos, de río en subienda y de sol cálido que tuesta lentamente la piel.

One thought on “Enero

  1. Felipe Estrada
    Felipe Estrada says:

    Maravilloso.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *