El ángel exterminador
En la película de Buñuel extrañamente los habitantes de una casa no salen de ella, no porque estén inhabilitados para hacerlo o porque exista una talanquera física que impida su salida, ni siquiera porque sepan que afuera pasa algo de lo cual desean ser salvos, no salen y no saben muy bien porque no lo hacen, ni siquiera es falta de voluntad o motivación para hacerlo.
Yo, como en la película de Buñuel paso los días y no puedo decir que no salgo, lo hago y lo disfruto, pero lo hago menos de lo que debería o tendría. Salgo en la bici, me pongo audífonos, escucho música y pedaleo por la ciudad, siento los músculos funcionar y la respiración y el corazón haciendo su trabajo, veo como avanzo sin tocar el piso, como volando a ras de piso. Pero suele pasar que aplazo por días una vuelta o gestión, o que no asisto a una actividad a pesar de haberla programado, sacado el tiempo, haber quedado con otros de vernos allí.
La pandemia, creo, dejó secuelas, una rara manía de quedarse en casa, un inconsciente e incontrolable temor al afuera, un aquietarse en el tiempo y el espacio, ir muriendo poco a poco, porque lo que se queda quieto se muere, la vida es cambio, transformación, lo sé, pero yo sin tener explicación de lo que hago, me voy quedando quieto.